¿Habéis sentido alguna vez esa desagradable sensación de que un objeto volador no identificado planea sobre tu cabeza en plena noche? Hace un tiempo estaba con mi mujer y mi hijo en un hotel de Almería cuando oí el zumbido: y en ese momento supe que no iba a dormir más hasta conseguir liquidar al ‘vampiro’.

El hotel era de buen nivel y conocía bien las prácticas de estos vampiros. Por eso había instalado mosquiteras a medida en todas las habitaciones, tanto en las ventanas de entrada como en el resto de la estancia. Pero cuando abres la puerta por la noche siempre te arriesgas a que entre un indeseable visitante. Ellos están siempre al acecho, esperando la ocasión de introducirse en una habitación de noche, donde el festín sanguinario está asegurado. Pero yo soy perro viejo.

Me formé como matador de mosquitos en territorio hostil: en los bosques de la provincia de León, donde, cuando era un niño y pasaba los veranos con mi familia, aprendí a aguzar el oído, a esperar el momento adecuado y asestar el golpe certero. La paciencia es la mejor arma del asesina-mosquitos: siempre llegará el momento en el que el vampiro se mueva buscando su presa. Y ahí debes estar tú, revista del corazón o periódico en mano, para darle muerte con un golpe de gracia, cual ninja nipón.

Y de aquella no teníamos mosquiteras a medida… Así que a mi familia y a mí no me iba a dar la noche este mosquito almeriense: no sabía bien con quién se estaba jugando los cuartos. Espere y espere, con mi mujer y mi hijo resguardados en el baño, cerrado a cal y canto, para protegerse de la batalla.

Entonces apareció sobrevolando, le seguí la pista y cuando se puso a tiro saqué el brazo… pero el puñetero se libró de esta primera tentativa. Desde el baño preguntaron: ¿los ha matado ya? Queremos dormir”, pero yo estaba ya enfrascado en una lucha de tú a tú. A la segunda le di matarile. Y me dormí plácidamente. Pero al día siguiente descubrí que el cabrito me había picado. Él también sabía jugar fuerte.