Me estoy haciendo un experto en hospitales desde que nació el niño… Bueno, desde antes. Una vez que supimos que mi mujer estaba embarazada empiezas asistir con más asiduidad al médico. No creo que haya nadie que diga que le gustan los hospitales, ¿no? Pues a mí tampoco… pero si hay que ir se va.

Al principio, cuando el niño era un bebé e ibas al médico lo único que debías hacer era intentar que durmiese mientras llega tu turno. Pero ahora el niño tiene más necesidades y hay que cambiar el chip. Cuando está en el centro de salud, ya sea porque nos ha acompañado o porque se trata de una cita para él, el niño no para quieto.

La última vez que estuvimos en el centro médico fue para una revisión de mi mujer. Tiene bastante aprehensión con todo lo relacionado con el  cancer de pecho así que ese día no estaba para nadie. A mí me toco lidiar a tiempo completo con el niño. Ya nos conocemos el centro como la palma de nuestras manos. Hemos estado en el baño (de hombres y mujeres), en el cuarto de las limpiadoras, en la sala de lactancia. Y si por él fuera, ya nos hubiésemos colado en la sala de rayos en plena prueba pero, por suerte, pude detenerle a tiempo.

Lo que tanto él como yo echamos de menos del centro médico es un parque para niños. De hecho, lo vi en un centro médico privado, una vez que me tocó hacer una prueba y quedé entusiasmado. Y es que tengo que pensar, a veces, como lo haría un niño para entretener al chaval como es debido: ¿Qué me gustaría hacer ahora si tuviera 18 meses? ¿Hacia dónde iría corriendo? ¿Qué objeto peligroso tendría ganas de manipular? ¿A qué sitio imposible trataría de acceder?

El día en que a mi mujer le tocaba la revisión de cancer de pecho, eché mucho de menos aquel parque del centro privado. Allí el niño podría haber jugado sin peligro y sin molestar a otros pacientes. Pero en nuestro humilde centro no tenemos de eso. Todo es gris y poco divertido.