Todos hemos pensado alguna vez en la muerte, pero hay diferentes formas de hacerlo. Supongo que cuando hacemos algunas de esas locuras de jóvenes como tirarnos desde una tirolina de dudosa seguridad no pensamos mucho en la muerte. Es consustancial a las diferentes fases de la vida: cuando se es joven, la muerte parece cosas de viejos, algo del todo improbable, por eso los más jóvenes suelen ser más temerarios, arriesgados… e inconscientes. 

Pero una vez que uno se va haciendo mayor, la muerte se transforma en otra cosa. Cuando a un familiar cercano le diagnostican adenocarcinoma de pulmon la palabra cáncer empieza a sobrevolar el día a día. Y el cáncer significa muerte, entre otras cosas. Nadie quiere hablar de ello ni nadie lo nombra, pero una enfermedad de ese calibre es un enemigo muy fuerte que no siempre se derrota.

Me ocurrió mientras me estaba duchando. El ambiente familiar se ha enrarecido tanto que aunque no quiera pensar en ello aparece. De repente, y por primera vez en mi vida, sentí la muerte de otra manera, no como algo sobre lo que bromear con los amigos, ni algo que llegará en un día muy lejano. Pensé en la muerte como el vacío absoluto, como la desaparición completa del ser, algo sobre lo que no puedes reflexionar… porque ya no estás. Y un escalofrío me recorrió todo el cuerpo.

A mi familiar, al que han diagnosticado adenocarcinoma de pulmón se encuentra mucho mejor de lo que podíamos prever. Sigue haciendo más o menos vida normal. Es un gran deportista y, a pesar de su edad, sigue saliendo a correr un buen puñado de kilómetros. ¡Está en mejor forma que yo! Es una persona muy positiva y está convencido de que saldrá de esta. Pero él sabe que el riesgo existe y que la lucha no será fácil. 

Realmente envidio a esta clase de personas que afrontan la enfermedad con esta entereza. El ser humano es capaz de sobreponerse a lo que sea. Pero yo, aquel día después de la ducha, creo que vi por primera vez la verdadera muerte deslizándose entre el vaho del baño.