¿Es el principio del fin? Desde hace meses, muchos nos preguntamos si realmente todo esto de la pandemia está llegando a su fin. Si se miran los datos de algunos países no da esa sensación, pero sí de que lo peor ya ha pasado. Al menos para las empresas el asunto está controlado porque la mayoría ya han pedido a todos sus empleados que se presenten en las oficinas. Mi mujer ha sido una de las últimas en regresar. 

Durante buena parte de este último año y medio hemos compartido oficina: la casa. Hasta la llegada de la pandemia, el único que trabajaba en casa era yo. Tenía mi despacho bien preparado a mi gusto con mi enorme mesa para poner todos mis cachivaches y mis queridas persianas venecianas de madera por las que puedo mirar por la ventana cuando me aburro: con un dedo muevo una de las lamas y compruebo que el mundo sigue girando.

Pero con el aterrizaje de mi mujer a ‘mi’ oficina, nos tuvimos que adaptar a un nuevo escenario. En un principio, ella trabajó en el salón, pero al final empezamos a alternar dependiendo del trabajo que ambos tuviésemos que hacer cada día. Y es que trabajar en el salón, sobre todo cuando los niños están pululando por ahí, es un poco más incómodo.

Así que, en los días más duros para mi mujer, le cedía el despacho porque ahí se está mucho mejor. Y yo me iba al salón. Pero entonces empecé a pensar que, como el asunto parecía ir para largo, debía hacer algunos cambios en el salón. Y estoy tan acostumbrado a las persianas venecianas de madera que pensé: ¿por qué no unas venecianas también en el salón? A mi mujer no le pareció mal porque también le gustan, aunque es verdad que no suele ser lo habitual para esos espacios. Pero nada de lo que vivíamos era habitual así que apostamos por ello.

Y durante todo este tiempo trabajar en el salón fue un poco más agradable para mí. Pero ahora mi mujer ha vuelto a la oficina y ya no sé en cuál de los dos ‘despachos ponerme a trabajar…